Se sabe que el 25 de abril de 1724 la Cofradía acordó mandar hacer un retablo en Salamanca, pero se desconoce la fecha de la escritura que debió otorgarse entre los donantes y Don José de Churriguera, que precisamente tenía taller en Salamanca.
El retablo es muy similar al de San Esteban de Salamanca o al de San Salvador en Leganés (Madrid), obras del mismo taller. Pudo trabajar en él José de Churriguera o cualquiera de sus hermanos, Joaquín o Alberto; y sobre todo su sobrino, Manuel de Larra y Churriguera, que en 1726 estaba en Cáceres, donde el Conde de la Enjarada le había encargado la construcción del Arco de la Estrella.
El retablo de la Virgen de la Montaña es de bellísima concepción. En él está cristalizado todo el churriguerismo, con su fogosidad de estilo y variedad fecunda, en que la imaginación y fantasía reinan por doquier.
Difícil es de describir una obra de esta naturaleza, en donde las líneas arquitectónicas no existen, cubierta por la exuberancia de los adornos que todo lo llenan.
Podemos considerar el retablo dividido en tres cuerpos: el inferior, que es el equivalente al banco de los retablos góticos y renacimiento, que se eleva por encima de la mesa del altar, y a cuyos lados se abren dos puertas de doble hoja que dan paso al camarín de la Virgen; el segundo cuerpo está separado del inferior por una cornisa, sobre la que se levantan cuatro columnas sostenidas por ménsulas talladas, salomónicas las centrales, y las otras dos dóricas, pero cubiertos los fusteles con profusión de hojas, tallos, cabecitas de ángeles, roleos, etc. Entre los intercolumnios, dos hornacinas coronadas por dos angelitos tenantes que sostienen a otros, y que entre medias tienen uno el sol y otro la luna.
Entre las centrales se abre un arco de medio punto, para la colocación de la Imagen, rodeado de angelitos que sostienen el anagrama de la Virgen. Sobre los capiteles corintios de las columnas, otros compuestos, llenos de guirnaldas, que hacen el papel de cornisa partida, para pasar al tercer cuerpo que es un medio punto cóncavo, en donde –con motivo central- está la imagen de la Virgen, coronada por las figuras en alto relieve del Padre, del Hijo y la Paloma del Espíritu Santo, rodeados de ángeles que señalan el momento solemne. Todas las figuras están mirando -o indicando con las manos- la coronación de la Virgen; las cabecitas de ángeles, mofletudas, soplan y están en alegres movimientos. Termina en un magnífico escudo, coronado con el anagrama del Ave María sostenido por dos ángeles.
Para el artista o artistas que tallaron el retablo, el motivo no es otro que la coronación, todo centrado en esta escena.
Es, pues, el retablo de la Virgen una bella creación del churriguerismo, el ejemplar más valioso de este estilo que hay en Cáceres, y donde el artista o artistas plasmaron con sus buriles y gubias la coronación de la Virgen, derrochando figuras de ángeles, flores, guirnaldas, cartelas, hasta no dejar un espacio sin talla, todo policromado con el acierto de no emplear sólo el oro, y conocer el contraste de los rojos y azules. Iluminado el retablo, le da a la Imagen en el camarín, juntamente con la convexidad del medio punto y las luces centelleantes, el aspecto de una gruta resplandeciente que atrae y subyuga, aumentando la fe y el recogimiento en la oración.
El retablo vino sin dorar y así estuvo hasta el año 1746, en que la Cofradía acordó dorarlo, encargándose del trabajo el maestro Juan Garrido y continuándolo luego Francisco Centeno. Los colores empleados son rojos, verdes, azules y oro; idénticos a los ángeles de cuerpo entero colocados en el muro de cerramiento de la capilla mayor de la catedral de Salamanca, así como la técnica del pintado y el empleo del pan de oro a fuego